Me presento

Soy Zorione Aurrekoetxea

Me presento

Soy Zorione Aurrekoetxea

Los gurús del emprendimiento dicen que lo más importante en un proyecto es tener un Propósito firme. Y si contribuye al bienestar de las personas mejor aún, pues así en los momentos bajos el impulso para seguir adelante será mucho más potente.

Y dándole vueltas al propósito, no puedo evitar imaginar una especie de banderola dorada en medio de una pared blanca: El Propósito de la Escuela de Inocencia”. Un poco cursi quizá, sí.

Parece que tuviera que estar muy claro:

Extender a todas las personas del Planeta la Conciencia de Inocencia.

Que comprendan profundamente que nunca ha habido nada erróneo en nosotros.

Que esa sensación de tener un fallo de fábrica no es la verdad de lo que somos.

Que lo que en realidad somos es seres completos y plenos.

Pero claro, también es cierto que es difícil poder transmitir algo con profundidad si no es una vivencia propia, personal.

Entonces… ese objetivo o propósito mayor o planetario, tiene que estar basado en un

objetivo mucho más cercano y más medible: YO MISMA.

O sea, que sea YO quien comprenda que nunca ha habido nada erróneo en mi. Y alcanzar el estado de Inocencia y permitir que mi Amor a mi misma aumente.

En otras palabras: Irme de este mundo habiendo llegado a amarme a mi misma un poco más que el día que llegué.

O sea, que para poder contribuir a aumentar el grado de Amor de las personas es objetivo prioritario que YO MISMA esté viviendo esa experiencia.

¿Y la estoy viviendo?

Pues a ver, no te voy a engañar. 

Tengo días malos, bajos, horribles. Días de contracción en los que parece misión imposible salir del agujero donde me acabo de caer.

También tengo días medianos. Ni tan buenos ni tan malos, pichí pachá. Voy y vengo, hago cosas y más o menos me siento bien, como un paraguas sin ninguna varilla rota o una fruta en su punto óptimo para batirla con cúrcuma. Bien.

Pero si hago estadística, siento que cada vez hay más días en mi vida en los que puedo intuir el sol aunque llueva, en los que mi taza de café tiene como un aura dorada alrededor y en los que soy capaz de sobreponerme a una crítica sin quedarme debajo del edredón una semana. E incluso sentirme mejor conmigo misma después de atravesar el incidente.

Días en los que me sorprendo cantando mientras friego los platos, me levanto de un salto de la cama con la sensación de que viene un gran día o que el hecho de que un cliente no acuda a su sesión me parece más motivo de celebración que de depresión.

Cada vez hay más días en mi vida en los que me siento bien.

Esto, hace unos años me parecería cosa de películas.

Hace 25 años el pánico que sentía ante el rechazo social fue lo que me hizo comenzar mi primera terapia y la andadura de vida que me ha traído hasta aquí.

Me sentía absolutamente inadecuada, incluso dañina, siempre con ansiedad por mejorarme, cambiarme, corregirme… nunca era suficiente. La mayor parte de los días pasaban sintiéndome ruin y miserable.

Recuerdo un día, aún no habría cumplido los 28 años (y sí, ya era funcionaria), cuando al encontrarme a una persona y lanzarme la típica pregunta de cortesía “¿qué tal?”, me quedé muy abatida al escuchar mi propia respuesta: “aquí, dejando pasar la vida”.

Y no exageraba. Solo tienes que ver mi cara en la foto (¡menos mal que está borrosa!).

Han sido muchas terapias, muchas formaciones, muchos cursos y talleres, experiencias, viajes iniciáticos, plantas, piedras y fogatas, energías y chamanes, dejar mi trabajo fijo, seguir a maestros, a “iluminados”, estudiar libros y más libros, abrir y cerrar mi consulta, crear un portal de crecimiento personal, acompañar a muchas personas… 25 años dan mucho de sí…

Cuando una rebusca mucho o bien se pincha con la aguja o bien la acaba encontrando.

Muchas veces me pasó lo primero… hasta que un día de pronto llegué a un entendimiento… o, sería más correcto decir, hasta que un entendimiento me alcanzó como un rayo de luz en la noche oscura…

 

“Nunca, nunca, nunca ha habido nada erróneo, nada malo en mi”

¡Waaahhh! ¡No puedo describir la sensación de paz, de calma, de alivio y descanso que sentí en ese momento! Me sentí flotar, crecer, expandirme en el aire…

¡Era la Inocencia!

Descubrí que la Inocencia es más que una cualidad de los niños… es un estado de Ser que nos alcanza. ¡Y nos alcanza a todos!!

Y a partir de ahí comenzó a desplegarse una comprensión a muchos niveles del origen de la sensación de ser siempre menos, siempre insuficiente (o la de creernos más, que para compensar también aparece).

Entendí la causa que a todos nos hace sentir así y el sentido que tiene, para qué nos sucede, por qué necesitamos pasar por esto.

No es que esta experiencia me convierta en “Maestra de la Inocencia”. Me siguen y me seguirán pasando muchas cosas.

Pero lo que sí puedo decir es que es un entendimiento que me guía, que poco a poco se despliega en más sutilezas y que a veces me hace alcanzar sentimientos más elevados.

No es constante, aparece por momentos. Pero me acompaña a transitar mis momentos bajos, me da luz y comprensión y me ayuda a ser compasiva, amable y ligera conmigo misma y, por extensión, con los demás.

Y en la medida que se despliega, como buena geminiana, no puedo hacer otra cosa que transmitirla al mundo.

Y de esta manera, cumplir con mi propósito, el de la Escuela de Inocencia:

“Contribuir a aumentar de manera medible y notoria el grado de Amor de la Humanidad”

Así que si después de tantas vueltas en la vida tuviera que describirme con un título diría que soy Entrenadora en la Escuela de Inocencia.

Al fin y al cabo, lo que importa es darse el permiso para Ser lo que una en su interior siente ser.

¿Quieres darte tú también permiso para Ser lo que has venido a Ser?